O la mica, brillante, pegada en una piedra gris, a la vera del camino, en La Falda del Carmen.
O las que traje de Salta y Jujuy, multicolores. Todavía debe quedar alguna. Otras, rojo fuego, misioneras, temperamentales.
Y me gusta el viento. Para correr en su contra, hacerle frente y reírme, me energiza. Siento la vida y la naturaleza.
Pero cuando el viento, que no sé de dónde sale, atropella y se convierte en piedra, resulta intolerable.
Golpea con la fuerza y dureza de la piedra (ya no colorida o transparente) y con su misma intensidad de viento, que no energiza, sino doblega.
Reconozco mi fragilidad humana a merced de situaciones que no manejo.
¡Dos que no hacen uno!
Pero también aparecen los rumores, sigilosos, ladinos, que se cuelan como agua.
Los rumores caminan en dos patas, chuecas. Una es corta, está hecha con algo de verdad, la otra es larga y defectuosa, hecha de interpretaciones y suposiciones prejuiciosas, malintencionadas.
El rumor empantana, no deja pensar, no permite clarificar las emociones, es terreno fértil para las propias suposiciones.
Durante milenios, la vida estaba encarrilada y era más fácil, a costa de limitar mucho la libertad, pero ahora se toman decisiones continuamente.
El filósofo danés Soren Kierkegaard, definió a la angustia como “la conciencia de la posibilidad”. Tener que elegir continuamente. Somos seres contradictorios. La rutina nos aburre, pero la libertad nos angustia. Esta es nuestra condición y con ella debemos vivir.
La vida es como una Y (y griega). Vamos transitando, trabajando, sintiendo, viviendo por…. el eje vertical. Pero llega un momento en que se abre, se bifurca. Siempre es así. Y debemos elegir. Salvo que el viento, transformado en piedra, nos ubique, forzadamente, en uno de los dos caminos… pero el que no nos gusta, el que nos pone a prueba, el que nunca hubiéramos elegido.
¿Por qué?
Porque estamos convencidos que manejamos la vida, que somos merecedores de sólo situaciones placenteras.
“Soy trabajador. Un buen trabajador. Me esfuerzo, me capacito, cumplo con los turnos, soy responsable, conozco bien la Cadena de Reason, siempre la tengo presente y, por lo tanto, hago lo posible por no dejar resquicios por donde pueda colarse el error”.
La frustración
Desde la frustración se puede llegar a actividades muy positivas, constructivas, lo que los psicólogos llamamos “sublimatorias”. O pueden generarse comportamientos no constructivos, inclusive francamente destructivos, hasta llegar a la agresión, retraimiento, hasta la resignación y, aún, a la depresión. El umbral de arribo a la sensación frustrante es privativo de la tolerancia de cada individuo, pero también influido por el entorno.