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Cuando el juicio supera a la velocidad: la madurez como punto de máximo rendimiento cognitivo.

 

La historia del aprendizaje humano no comenzó en una escuela: empezó alrededor del fuego. Miles de años antes de que existieran los libros y los simuladores de vuelo, aprender significaba observar, imitar y sobrevivir.
En las primeras sociedades de cazadores-recolectores, el conocimiento no se transmitía con exámenes, sino con la mirada atenta del aprendiz que seguía los rastros del experto que guiaba a la tribu. Era una educación basada en la experiencia directa: descubrir dónde buscar alimento, comprender señales del entorno, interpretar gestos del otro para anticipar amenazas o alianzas, con una participación activa de nuestra amígdala, que hasta el día de hoy sigue interpretando así: lucha o huida, creando recuerdos emocionales asociados a experiencias amenazantes para poder reaccionar de forma similar en el futuro. Estas capacidades, llamadas por los psicólogos evolucionistas habilidades primarias, eran casi intuitivas. Nuestro cerebro estaba estructurado para adquirirlas porque significaban vivir, supervivencia.

Pero el mundo cambió más rápido que nosotros. La física, las matemáticas, la navegación aérea, la gestión de riesgos y los procedimientos basados en evidencia científica llegaron hace apenas un instante en términos evolutivos. Newton publicó sus Principia Mathematica en 1687, como si lo hubiera hecho a las 23:58 de un día de 24 horas que representa toda la historia humana. En ese período brevísimo, surgieron habilidades que nuestra mente no aprende sola. A esas se las llama habilidades secundarias: conceptos abstractos, pensamiento moral complejo, razonamiento estadístico, toma de decisiones bajo incertidumbre, juicio operacional. Para adquirirlas no basta observar: necesitamos enseñanza deliberada, reflexión, estructura y tiempo.

Así nacieron las escuelas en Mesopotamia, Egipto y China, para enseñar aquello que el instinto no transmitía. Más tarde, los griegos la convirtieron en un camino hacia la excelencia del cuerpo y el carácter. Posteriormente, en la Edad Media, quedó al servicio de la fe. Con la Ilustración, se transformó en derecho. Pero durante la revolución industrial se volvió rígida, prusiana, diseñada para producir personas obedientes, estandarizadas y productivas. Se impuso la idea de que se estudia en la juventud, se rinde en la adultez y se declina en la vejez.

Sin embargo, el cerebro humano no responde a esa línea recta. Porque hay una diferencia esencial entre acumular información y desarrollar juicio.

La mente experta no es la más rápida: es la que comprende antes de actuar.

Un análisis científico (Gignac & Zajenkowski, 2025) que integró 16 dimensiones psicológicas, desde la cognición hasta la personalidad, reveló que el funcionamiento psicológico general alcanza su punto máximo entre los 55 y 60 años, y en algunos aspectos incluso entre los 70 y 80. Es decir: cuando muchos creen que comienza el descenso, en realidad el pensamiento humano llega a una de sus fases más poderosas. Lo viejo funciona, ¡Juan!

Esto ocurre porque, aunque la velocidad de procesamiento y la memoria inmediata puedan disminuir con el tiempo, otras capacidades clave aumentan con la madurez:

  • El razonamiento se vuelve más estratégico.
  • El conocimiento deja de ser datos y se convierte en comprensión contextual.
  • La estabilidad emocional mejora la calidad del juicio.
  • La responsabilidad se internaliza.
  • Y lo más relevante para la seguridad: la capacidad de detectar y resistir sesgos cognitivos se fortalece.
 

A diferencia de un profesional joven, que puede ejecutar con precisión, aunque aún no percibe todas las implicaciones, quien ha transitado muchas horas de vuelo mental, deja de preguntarse “¿qué hago ahora?”, para comenzar a preguntarse “¿qué puede pasar si no veo lo que otros no ven?”.

Allí, el juicio supera a la velocidad.

La madurez como escudo frente a los sesgos cognitivos.

El error humano se puede originar por distorsiones en la forma de interpretar la realidad. Por eso, la gestión de amenazas y errores, la conciencia situacional, la seguridad operacional no dependen solo del conocimiento técnico, sino de la capacidad para reconocer sesgos cognitivos antes de que distorsionen la toma de decisiones. La madurez puede actuar como un filtro preventivo frente a algunos de los sesgos más peligrosos en entornos críticos:

Sesgo Presencia en etapas tempranas Evolución con la madurez consciente
Exceso de confianza “Esto ya lo hice mil veces” Se modera con el recuerdo de errores pasados
Ilusión de control “Yo lo manejo” Se reemplaza por una visión sistémica del riesgo
Impulsividad emocional Decisión reactiva Se transforma en pausa crítica y cálculo prudente

Sin embargo, si la experiencia no va acompañada de autocrítica y aprendizaje continuo, pueden aparecer sesgos inversos:

Sesgo Manifestación posible Riesgo asociado
Sesgo de precedente “Siempre lo hicimos así” Rechazo al cambio necesario
Rigidez cognitiva Fijación en un marco mental Pérdida de adaptación ante nuevos escenarios
Ilusión retrospectiva “Ya lo sabía” Bloqueo del aprendizaje real

Por eso, la madurez solo se convierte en sabiduría si viene acompañada de conciencia de sesgos y apertura a revisar lo aprendido.

Liderar desde la madurez: del cumplimiento técnico a la construcción de criterio colectivo.

En los primeros tramos de la carrera, el profesional se enfoca en ejecutar procedimientos y demostrar que puede cumplir con el estándar. Pero con los años, la mirada se expande: ya no importa solo hacer bien la tarea, sino comprender cómo cada decisión afecta la seguridad, la confianza y la continuidad del sistema. En esta etapa, la experiencia deja de ser registro de vivencias para convertirse en criterio operativo. No se trata de “saber por haber estado allí”, sino de comprender por qué un error pequeño puede crecer, cómo opera el sesgo del plan continuado o dónde se esconde el exceso de confianza cuando todo parece bajo control. Así nace un nuevo tipo de liderazgo, no basado en autoridad impuesta, sino en claridad mental.

Este liderazgo no es un rango: es un estado cognitivo.

 

Aprender para seguir volando: la experiencia como futuro, no como pasado

Durante décadas se creyó que la experiencia era un recuerdo acumulado. Hoy sabemos que, si se trabaja con reflexión continua, puede convertirse en una antena anticipatoria. No es solamente saber qué ocurrió antes, sino ser capaz de prever lo que podría ocurrir si no se ajusta el rumbo a tiempo.

La era actual exige mentes rápidas, pero también mentes profundas. Sistemas complejos como la aviación no solo requieren ejecutores eficaces, sino guardianes del pensamiento seguro. Individuos capaces de reconocer señales débiles, cuestionar certezas peligrosas y formar criterio en quienes recién están comenzando su propio recorrido.

La madurez no debe ser comprendida como el final del trayecto, sino como el punto desde el cual se ve el sistema completo con mayor nitidez. Porque llegar a esta etapa no significa abandonar el vuelo. Significa comprender que ahora, más que nunca, la experiencia tiene la capacidad de evitar que otros caigan.

El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me devora, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego«

Jorge Luis Borges – Nueva refutación del tiempo.

 

“Lo viejo funciona, Juan”. La frase, rescatada del universo de El Eternauta, nace en un mundo donde lo sofisticado colapsa y lo probado aún sostiene. Pero su sentido puede ir más lejos: no se trata de glorificar la antigüedad, sino de reconocer que hay algo en la experiencia que sigue transformándose mientras el cerebro permanece plástico.

Porque, aunque con los años algunas funciones como la velocidad cognitiva disminuyan, otras, como la integración profunda del conocimiento y la capacidad de anticipar consecuencias, continúan evolucionando gracias a la plasticidad cerebral que nunca desaparece, solo cambia su forma.

Lo viejo funciona, Juan…
No porque el tiempo garantice sabiduría, sino porque hubo un cerebro que, aún maduro, siguió aprendiendo a pensar antes que a correr.

Referencias

Gignac, G. E., & Zajenkowski, M. (2025). Humans peak in midlife: A combined cognitive and personality trait perspective. Intelligence, 113, 101961. https://doi.org/10.1016/j.intell.2025.101961