Como Borges escribe sobre Ireneo Funes (Borges, 2016), citando del latín ut nihil non iisdem verbis redderetur audítum, es decir, “para que nada se repitiera sin ser devuelto con las mismas palabras oídas”, mostrando que una memoria perfecta es más una prisión que un recurso útil.
La memoria humana no es un simple archivo de hechos, sino una interpretación activa y maleable de experiencias. Recordar no es reproducir, sino reconstruir. Cada vez que evocamos una experiencia, la reinterpretamos, actualizamos y, a veces, distorsionamos.
Esto es fundamental para la actividad del piloto, donde los recuerdos no son solo anécdotas del pasado, sino herramientas vivas que guían la toma de decisiones en tiempo real.
Lejos de ser un mero depósito de informaciones, la memoria cumple una función prospectiva: no recordamos todo, sino aquello que nos permite anticipar y adaptarnos al futuro. El cerebro selecciona lo relevante, descarta lo trivial y moldea los recuerdos según su valor para la supervivencia. Olvidar, entonces, no es un defecto, sino una característica esencial que permite concentrarse en lo verdaderamente importante, dejando atrás detalles irrelevantes que saturarían la capacidad de nuestro cerebro.
En este contexto resulta inevitable mencionar a Ireneo Funes, el memorioso, el célebre personaje creado por Jorge Luis Borges.
Funes es capaz de recordar absolutamente todo, cada detalle, cada hoja, cada instante vivido, sin olvido alguno. Pero, lejos de ser una bendición, esta memoria total lo condena a la parálisis: es incapaz de generalizar, de pensar conceptualmente o de actuar con eficacia. Esta figura literaria ilustra magistralmente lo que la neurociencia ha confirmado: la memoria humana necesita seleccionar, olvidar y reconstruir para ser funcional. En la cabina de vuelo, al igual que en la vida, no necesitamos recordarlo todo, sino recordar lo relevante, adaptando lo pasado para anticipar el futuro.
“Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero.”
“Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.”
Borges, J. L. (2016). Ficciones. Editorial Sudamericana
Las habilidades del piloto se construyen sobre distintas capas de memoria. La memoria episódica le permite viajar mentalmente al pasado, reviviendo situaciones concretas como un aterrizaje complicado o una falla inesperada.
La memoria semántica, por otro lado, almacena conocimientos generales, como las reglas o procedimientos estándar.
Y la memoria procedimental es la que automatiza hábitos y habilidades, permitiendo que muchas acciones se realicen sin esfuerzo consciente, liberando recursos atencionales para lo inesperado.
La relación entre cuerpo y mente es esencial: no recordamos solo con el cerebro, sino con todo el organismo. Las sensaciones corporales, los marcadores somáticos que se activan ante ciertas situaciones, nos alertan de peligros, incluso antes de que tengamos tiempo de analizarlos racionalmente. Así, cuando un piloto siente en su interior que algo “no está bien”, está poniendo en juego no solo conocimientos conscientes, sino también recuerdos corporales que emergen de su experiencia acumulada.
“Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños”
Borges, J. L. (2016). Ficciones. Editorial Sudamericana
Cuando un piloto sufre un accidente o atraviesa una situación de estrés extremo en vuelo, los recuerdos que conserva de ese episodio están inevitablemente afectados por los mecanismos neurobiológicos que regulan la memoria traumática.
Sabemos que los eventos cargados de alta intensidad emocional activan estructuras como la amígdala, que modula la codificación y consolidación de la memoria. Esto puede reforzar ciertos aspectos del recuerdo (como sensaciones físicas o emociones intensas) mientras deja borrosos otros (como secuencias precisas de acciones o detalles objetivos).
Además, revivir mentalmente el evento durante entrevistas o investigaciones puede reactivar y modificar los recuerdos, incrementando el riesgo de distorsión. Esta plasticidad tiene implicaciones directas en la investigación de accidentes aéreos, ya que el testimonio del sobreviviente puede estar teñido tanto por lagunas, como por reconstrucciones involuntarias que no reflejan exactamente lo sucedido.
Un aspecto clave en este proceso es el papel de las emociones y el llamado “marcador somático”, concepto desarrollado por Antonio Damasio. Las emociones no son simples acompañantes de los recuerdos, sino moduladores esenciales que influyen en qué retenemos, cómo lo recuperamos y cómo tomamos decisiones.
Un marcador somático es una señal corporal (como una sensación de incomodidad, tensión, o bienestar) asociada a experiencias pasadas, que el cerebro utiliza como guía rápida para anticipar las consecuencias de una acción antes de tomar una decisión. Este marcador somático actúa como una especie de atajo emocional: integra las señales corporales asociadas a experiencias pasadas, orientando rápidamente nuestras elecciones sin necesidad de un análisis racional exhaustivo. Esto significa que muchas veces las sensaciones internas, una tensión en el cuerpo, un presentimiento, reflejan aprendizajes acumulados, ayudándoles a reaccionar con eficacia en situaciones críticas. Ignorar este componente emocional sería desconocer una de las herramientas más poderosas de adaptación que posee el ser humano en contextos de alta demanda cognitiva como la aviación.
Por eso es importante que los procesos de investigación contemplen no solo los hechos técnicos, sino también la comprensión de los límites humanos en la reconstrucción de eventos. La interacción entre memoria traumática, sugestión y contexto emocional puede influir en menor o mayor medida la precisión de los relatos, y entender estos mecanismos es esencial para construir una narrativa precisa y justa de lo ocurrido.
Es clave comprender, como explica Rodrigo Quian Quiroga en “Borges y la memoria: Un viaje por el cerebro humano. De “Funes el memorioso” a la neurona de Jennifer Aniston”, (Me parece que mis referencias tienen un sesgo marcadamente borgeano en esta oportunidad), que el cerebro no almacena recuerdos como si fueran fotografías completas. Cada imagen, cada escena que creemos recordar, es en realidad el resultado de una reconstrucción hecha a partir de la activación de redes neuronales específicas. Cada neurona no guarda una imagen entera, sino que responde a un fragmento, a un “píxel” de la experiencia.
Cuando evocamos un recuerdo visual, lo que hacemos es reactivar un patrón de actividad distribuido en distintas áreas del cerebro, integrando esos pequeños fragmentos en una imagen coherente. La imagen no se guarda completa en un solo lugar.
Este proceso explica por qué los recuerdos pueden ser tan plásticos: cada vez que los reconstruimos, los ensamblamos nuevamente, y ahí pueden introducirse errores, omisiones o distorsiones. Para el piloto, esto significa que incluso los recuerdos más vívidos de un incidente en vuelo son siempre una reconstrucción, no un registro fiel, y que confiar únicamente en la memoria subjetiva puede llevar a interpretaciones inexactas.
“En efecto, Funes no solo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil.”
Borges, J. L. (2016). Ficciones. Editorial Sudamericana
La memoria es maleable. Cada evocación deja huellas nuevas, transformando lo recordado. Esto plantea tanto riesgos como oportunidades. Por un lado, podemos incorporar informaciones incorrectas o generar recuerdos distorsionados; por otro, tenemos la posibilidad de resignificar experiencias, aprender de los errores y consolidar hábitos más eficaces. El entrenamiento deliberado, la simulación realista y el debriefing crítico son estrategias fundamentales para fortalecer una memoria funcional en el entorno aeronáutico.
Comprender la verdadera naturaleza de la memoria es clave para nuestra actividad. La memoria no es un espejo del pasado, sino un instrumento vivo que usamos para anticipar, adaptarnos y sobrevivir.
Como pilotos, personal operativo en general, debemos cultivar hábitos de atención consciente, entrenarla deliberadamente, cuidar nuestro descanso y mantener una actitud crítica hacia nuestras propias evocaciones.
Solo así podremos aprovechar el extraordinario potencial de nuestra memoria para enfrentar los desafíos del vuelo.
Les dejo para descargar dos ejercicios para trabajar la memoria.
Roberto J. Gómez
rjg@flap152.com
Bibliografía
- Ranganath, C. (2023). Why We Remember. Knopf.
- Quian Quiroga, R. (2012). Borges y la memoria. Debate.
- Damasio, A. (1994). Descartes’ Error: Emotion, Reason, and the Human Brain. Putnam.
- Kahneman, D. (2011). Thinking, Fast and Slow. Farrar, Straus and Giroux.
- Castellanos, N. (2021). Neurociencia del cuerpo. Kairos. Loftus, E. (2003).
